lunes, 16 de agosto de 2010

Leyendas

La Tierra prometida

Muy mal dormidos, desnudos, heridos, ellos fueron caminando durante más de dos siglos. Iban en busca de aquel prometido e incierto lugar donde la tierra se extendería entre cañas y juncias, y la laguna resplandecería al sol, con la pequeña isla emergiendo de sus aguas.

Varias veces, desorientados, se extraviaron; varias veces se dispersaron y volvieron a encontrarse. Fueron tumbados por los vientos y se arrastraron por el desierto,
atándose los unos con los otros, empujándose, golpeándose, con hambre atroz...Se cayeron y levantaron, y de nuevo se cayeron y volvieron a levantar...En la región volcánica, donde jamás crece la hierba, su único alimento fue la carne de los reptiles...

Traían la bandera y la capa del terrible dios que había hablado a los sacerdotes, en
un premonitorio sueño, y les había prometido todo un reino de oro y plumas de
quetzal, sujetando de mar a mar todos los otros reinos, todos los pueblos y
ciudades; no por un hechizo, sino por el gran ánimo de su corazón y la enorme
valentía de sus brazos.

Al asomarse a la laguna luminosa, bajo el calcinante sol del mediodía, los aztecas lloraron por vez primera: ahí, en ese lugar, estaba la pequeña isla anhelada: sobre el nopal, que se erguía por encima de los juncos y pajas bravas, un imponente águila extendía sus alas.

Al verlos, el águila humilló su cabeza: estos parias, que permanecían amontonados a la orilla de la laguna, temblorosos, mugrientos...,eran los elegidos; eran aquellos que en tiempos remotos habían nacido de las bocas de los dioses. Huitzilopochtli le dio entonces la bienvenida: -"Este es el lugar de nuestro descanso y nuestra grandeza" - resonó la poderosa voz -, "Mando que se llame Tenochtitlán la gloriosa ciudad que será la reina y señora de todas las demás. ¡México es aquí!"

Leyenda Azteca tomada de "Leyendas de América para uso escolar"
(Ediciones La República- 1989)

Ciudad Sagrada

Wiracocha, el dios que ahuyentó la oscuridad, ordenó al sol enviar a la tierra un hijo y una hija, para iluminar el camino de los hombres.

Los hijos del sol arribaron a las orillas del lago Titicaca y comenzaron su incierto y largo viaje por la cordillera. Llevaban consigo un bastón de oro: en el lugar donde se hundiese al primer golpe, fundarían su nuevo reino.Desde su trono, harían como el sol, su padre, que ilumina y da calor, derrama la lluvia y el rocío, promueve las cosechas, multiplica las manadas y visita el mundo diariamente.Inútilmente trataron de clavar el bastón por todos lados, pero la piedra lo rebotaba. Ellos continuaban buscando igual.

Escalaron cumbres, atravesaron mesetas, cruzaron corrientes. Todo lo que ellos pisaban se iba transformando: se hacían fecundas las tierras estériles, se secaban los pantanos y los ríos volvían a sus cauces. Eran escoltados al alba por las ocas,
y al anochecer, por los cóndores.

Al fin, junto al monte Wanakauri, hundieron el bastón: al tragarlo la tierra, un arco
iris surgió en el cielo.Entonces el primero de los incas le dijo a su mujer y
hermana: "Convoquemos a la gente". Entre la puna y la cordillera, se encontraba el valle poblado de matorrales. Nadie tenía casa: vivían todos en agujeros, y al abrigo de las rocas, alimentándose sólo de raíces; y no sabían tejer ni el algodón ni la lana para cubrirse del frío invernal.

Pero igual, todos los siguieron, todos les creyeron. Por el resplandor de sus ojos y palabras, todos se dieron cuenta inmediatamente de que los hijos del sol no iban a mentirles, y los acompañaron hasta el sitio donde los esperaba, aún no nacida, la gran ciudad sagrada de Cuzco, que con el correr del tiempo devendría capital del poderoso y extenso Imperio Inca.

Leyenda Inca tomada de "Leyendas de América para uso escolar"
(Ediciones La República- 1989)

No hay comentarios: