martes, 8 de junio de 2010

12. Pateando lunas

Los días siguientes pasaron muy rápidamente. Levantarse, ir a la escuela, atender en clase, discutir en el recreo con la pandilla del Gordo, todo era igual que de costumbre, excepto por una cosa: las prácticas del equipo.

La conversación con su padre había dado resultado, sobre todo la parte acerca de lo que ocurriría si no jugaba ni hacía dos goles.

Su padre, preocupado y divertido al mismo tiempo, por la insólita apuesta había sacudido la cabeza.

—Pero, Mayte, no entiendo ¿cómo vas a apostar una cosa así? Entonces de verdad es muy importante para ti a menos que el Gordo te guste.

—¿Estás loco? ¡Es horriiiiible! —había contestado ella poniendo cara de asco.

Eso había terminado por convencer a su padre del todo: no sólo la dejaría jugar, sino que él mismo le enseñaría algunas cosas.

Mayte estaba tan contenta que casi no pudo esperar al día siguiente para contarle a Salva y Javier en la escuela.

—¿En serio te va a enseñar? —Salva no podía creerlo.

—¿Y sabe algo? Tu padre tiene pinta de que nunca ha pateado un balón —había dicho Javier.

Pero su padre, que tenía que trabajar, sólo podría ir a la última práctica que ya había quedado fijada para el sábado. Todavía faltaba un día entero para eso.

Ahora, cuando ya era viernes y el cielo estaba despejado otra vez, Mayte hacía unos dibujos en una hoja de papel y ponía cara de estar escuchando lo que decía la maestra.

Era una clase acerca del espacio, los planetas y todas esas cosas, pero a Mayte, pese a que seguía poniendo su cara de mucha atención, el motivo de la clase le servía para imaginarse muchas cosas.

La tormenta, aquella batalla de luces, nubes y sonidos, todavía se le aparecía en la mente. Y, claro, también recordaba la bonita luna de los días anteriores.

Todo eso, sumado a lo que decía la maestra, se le mezclaba en los pensamientos y ahora ella se imaginaba que era una astronauta.

Lejos, muy lejos de la escuela y del mismísimo planeta Tierra, Mayte flotaba en el espacio.

Estaba dentro de un ridículo traje plateado, flotando alrededor de una extraña nave con forma de cigarro.

Más allá, millones y millones de puntos de luz comenzaban a cambiar de lugar hasta que terminaban por dibujar una cancha de futbol.



Mayte y otros astronautas que salían de la nave se dejaban ir y caían suavemente hacia esa cancha en la que ya se encontraban los rivales.

El Gordo Enemigo, mucho más grande dentro de su traje color naranja, tropezaba y caía tan despacio que parecía que nunca llegaría al piso. Después rebotaba, ¡boing! y volvía a quedar frente al balón.

Mayte, masticando una tableta de chocolate espacial, se esa cancha en la que ya colocaba también en su posición y cuando sonaba un potente trueno, el Gordo pateaba la pelota.

Mayte corría por la nada y con su pie derecho lograba detenerla, pero cuando lo iba a patear notaba que no era un balón común, sino algo redondo y blanco, muy blanco, que tenía raros agujeros y abolladuras.

—¡Un momento! —dijo—. No podemos seguir jugando.

Todos trataban de frenar de golpe, pero caían lentamente sobre la cancha y rebotaban hasta quedar de pie otra vez.

—¿Por qué no? —preguntaba el Gordo apoyándose en Saturno.

—Porque no puedo patear la luna —contestaba Mayte.

—¿Ah, no? ¿Y qué tiene de malo? —decían todos los niños.

—Sí —intervenía Javier—. La luna es redonda, ¿no?

—Pero esta luna, es la luna de mi mamá —protestaba Mayte recordando la sonrisa con que su madre la había mirado.

—¡Mentira! —decían todos—. ¡La luna no es de nadie!

Mayte, enojada, le daba entonces a la luna una patada muy fuerte y todos corrían intentando alcanzarla.

Pero la patada, con esas botas metálicas que se usan en el espacio, la había ponchado y ahora la luna, echando chorros de aire, fssss, fssss, se alejaba hacia arriba, hacia abajo, volando igual que un pájaro ciego, hasta quedar tirada allí, sobre una línea de estrellas, totalmente desinflada.

—Saturno... —había dicho la maestra que, por supuesto, continuaba su clase en el muy terrestre salón.

Mayte, de regreso a la realidad, sintió un poco de temor ¿Qué pasaría si esa noche miraba el cielo y descubría una luna deformada y sin aire?

¿Le echarían la culpa a ella?

Anotó la palabra Satumo en su cuaderno y pensó que no tendría problemas: en el espacio no había viejas entrometidas para delatarla.

La clase terminó y todos ordenaron sus cosas esperando que sonara el timbre de salida.

Cuando eso ocurrió, tuvieron que salir al patio y formarse en fila.

Mayte, aunque no era alta, se había distraído al ver pasar un avión y había quedado en la fila justo al lado de la clase del Gordo y, por supuesto, también al lado de su enemigo Número Uno.

—Ya falta poco —dijo el Gordo sonriendo y le pasó un papelito doblado.

—Si le cuentas a alguien, te reviento —agregó el Gordo poniéndose colorado como si sintiera mucha vergüenza, mientras algunas gotas de sudor le caían por la frente.

Era la primera vez que Mayte lo veía sonreír o ponerse colorado y le parecía estar viendo a otra persona.

Tuvo que mirarlo de nuevo para estar segura: sí, era la misma cara redonda, las mismas pecas y el pelo castaño cayéndole sobre la frente.

Todo era igual, excepto la sonrisa.

¿Por qué le sonreía así?

¿Por qué le daría vergüenza?

¿Qué diría el papel?

Mayte estaba segura de que el Gordo tramaba algo, pero guardó el papel en su bolsillo y esperó hasta salir a la calle para leerlo.

¡No podía creerlo!

¡El señor Gordo Enemigo en persona le había escrito algo que parecía un poema!

Mayte lo leyó una y otra vez. No entendía mucho de poemas, porque los que les hacían leer en la escuela eran aburridísimos y, además, el redondo poeta había usado palabras como "cavelios", y "zonrisa".

—¡Qué animal! —exclamó Mayte al leer una parte que hablaba de "tus vellos hojos".

Pero muy en el fondo, sintió algo raro, cosquillas o aquella cosa corriéndole otra vez por el estómago.

Sin duda la culpa de todo la tenía la primavera y la luna de su madre que hoy, sin querer, había desinflado en el espacio.

También sucedía que nunca antes le habían escrito un poema.

A lo mejor era eso, o todas esas cosas juntas y, además, el cambio que había tenido su padre.

Llegó a su casa y entró corriendo. Tiró sus cosas encima de la mesa y siguió de largo, frenando sólo para darle a su madre un beso. Se metió en su cuarto y cerró la puerta.

Tomó el poema otra vez y lo volvió a leer pensando que el domingo todo ese asunto quedaría resuelto.

Claro que primero tendría que aprender algunas jugadas y para eso contaba con su padre en la gran práctica del sábado.

Guardó el poema en un cajón y miró alrededor repasando las fotos de todos esos jugadores y los galanes del cine.

—¡El Gordo poeta! —pensó Mayte riendo, pero no tanto.

Después se puso a pensar qué sucedería si no lograba hacer los dos goles de la apuesta.

martes, 1 de junio de 2010

Estados del Agua

La Luna

La luna es el único satélite natural de la Tierra y el único cuerpo del Sistema Solar que podemos ver en detalle a simple vista o con instrumentos sencillos.
La Luna refleja la luz solar de manera diferente según donde se encuentre. Gira alrededor de la Tierra y sobre su eje en el mismo periodo: 27 dias, 7 horas y 43 minutos. Esto hace que nos muestre siempre la misma cara.
No tiene atmosfera ni agua, por eso su superficie no se deteriora con el tiempo, si no es por el impacto ocasional de algún meteorito. La Luna se considera fosilizada.
El 20 de julio de 1969, Neil Armstrong se convirtió en el primer hombre que pisaba la Luna, formando parte de la misión Apollo XI. Los proyectos lunares han recogido cerca de 400 kg. de muestras que los científicos analizan.
Características de la Luna
La Luna describe su órbita alrrededor de la Tierra a una distancia media de 384.403 km y a una velocidad media de 3.700 km/h. Aunque aparece brillante a simple vista, sólo refleja en el espacio alrededor del 7% de la luz que recibe del Sol.
Los observadores antiguos creían que las regiones oscuras de su superficie eran océanos, dándole el nombre latino de "mare", que todavía usamos. Las regiones más brillantes se consideraban continentes.
Desde el renacimiento, los telescopios han revelado numerosos detalles de la superficie lunar, y las naves espaciales han contribuido todavía más a este conocimiento. Hoy sabemos que la Luna tiene cráteres, cadenas de montañas, llanuras o mares, fracturas, cimas, fisuras lunares y radios.
El mayor cráter es el llamado Bailly, de 295 km de diámetro y 3.960 m de profundidad. El mar más grande es el Mare Imbrium (mar de las Lluvias), de 1.200 km de diámetro. Las montañas más altas, en las cordilleras Leibniz y Doerfel, cerca del polo sur, tienen cimas de hasta 6.100 m de altura, comparables a la cordillera del Himalaya.
El origen de los cráteres lunares se ha debatido durante mucho tiempo. Los estudios muestran que la mayor parte se formaron por impactos de meteoritos que viajaban a gran velocidad o de pequeños asteroides, sobre todo durante la era primaria de la historia lunar, cuando el Sistema Solar contenía todavía muchos de estos fragmentos. Sin embargo, algunos cráteres, fisuras lunares y cimas presentan características que son indiscutiblemente de origen volcánico.

Satélite natural

Se denomina satélite natural a cualquier objeto que orbita alrededor de un planeta. Generalmente el satélite es mucho más pequeño y acompaña al planeta en su evolución alrededor de la Estrella que orbita.